Esta tradición humana de representar al tiempo como un fenómeno cíclico es más difícil de eludir de lo yo pensaba. No pude evitar sentirme miserable ante el manantial de mensajes de amor y devoción a las madres que Facebook cruelmente me obligó a presenciar en la mañana del día de las madres. Les concedo un punto, aunque sea solo en ese aspecto, a aquellos que tildan a los algoritmos de fríos y deshumanizados. Me late que tú serías uno de ellos. Seguro dirías que reemplazar los libros de papel por una tableta electrónica es una herejía, pero lamento decirte que me he convertido al lado oscuro. Enhorabuena, la tortura digital que Facebook trató de imponerme duró solo un momento y gracias a la visita de unos buenos amigos, tuve un éxito parcial en mantener cualquier pensamiento triste fuera de mi mente.



Por desgracia no fue tan fácil y seguro sabes a qué me refiero. Conociéndote como te conozco, estaríamos programando una pachanga de proporciones épicas para tus 60 años. Después de todo, 60 años se cumplen solo una vez, aunque hayas estado tentada a cumplir 40 más de una. Ahh.. y casi lo olvido, no serían sesenta, sino enta. Recuerdo tu enojo cuando alguna vez sugerí nov-enta, - ¿noventa?, ¡tu abuela! dijiste.

No puedo evitar pensar en la lista de invitados. Tus amigas de toda la vida, a quienes aprendí a querer, vendrían en primer lugar. Seguro estarían coordinando para comprarte el regalo perfecto, que tú sin sutilezas, ya les habrías sugerido. El libro del momento tal vez, o quizás alguna novela de García Márquez que se te escapó. Te sentirías muy apenada por la muerte de "Gabo" porque aunque venerabas "Los Miserables" de Víctor Hugo y leíste "Por siempre Ámbar" un enfermizo número de veces, estadísticamente Gabo es tu autor favorito. Creo que no has leído tantos libros de otro autor como de él. Yo estoy en las mismas. Al menos eso dice mi página web.

Las pachangas eran una de tus debilidades. Debido a tu maldita enfermedad ya no podías incurrir en las maratones etílicas de tus años mozos, no obstante aprendiste a divertirte "a todo dar" en las fiestas. En condiciones normales me dirías que no maldiga y que no te haga quedar como una ebria en frente de los demás. La enfermedad que te consumió de forma paulatina e impía no merece otro apelativo. Además, estás muerta, y como alguna vez comentábamos, todo el mundo es noble una vez que ha muerto. Me consta que tú lo eras antes y después.

Las malas noticias nunca faltan. Quien representó uno de los retos más grandes a tu orgullo y obstinación y te hizo salir una que otra cana verde, también tuvo que partir. La senectud en su más conocida jugada llamó a la muerte y se la llevó. Ahora que las dos han partido, sus diferencias de antaño lucen tan lejanas y anodinas. Ya sabes que no creo en la vida después de la muerte, así que no asumiré que están reunidas en alguna parte. Solo te hago saber que no eres la única que me inspira con sus recuerdos. La abuela Olga, a quien terminaste queriendo en contra de todo pronóstico, es ahora parte de mi tesoro de memorias felices. Sé que no te pondrás celosa porque siempre nos inculcaste amarla y agradecerle por ese cariño incondicional que ella siempre nos profesó.

Por cosas de la vida me vine a vivir a París. ¡¡¡Sí!!!, el de las divagaciones de Víctor Hugo. El mismo París que soñabas a través de los libros y las películas. Podría escribirte un mamotreto sobre la cultura parisina, desde las callejuelas empredadas con los cafés y pastelerías hasta las tiendas de moda plagadas de afrentas al bolsillo, la torre "Infiel" (no le digas que la apodamos así) y los innumerables museos. Te advierto, no esperes ni una línea aludiendo a la intrincada red de alcantarillado de París como lo hizo Víctor Hugo en su obra cumbre. Recuerdo que dijiste haber estudiado francés y olvidarlo casi al mismo tiempo. Muy probablemente estaríamos conversando vía Skype sobre las similitudes entre la lengua española y la francesa, mi desesperado afán de mimetizarme entre los parisinos o sobre mi nueva, y espero que única, adicción: los macarrones. Esas delicias hechas de clara de huevo y azúcar glas son una revelación para mi paladar "pico fino". Seguro en mi siguiente visita te llevaría una caja que compartirías con mi papá, no sin antes acusarlo con un melodramático puchero de arrebatártelos con gula y alevosía. Eras toda una "drama queen".

Casi estoy seguro de que me preguntarías qué como además de macarrones. Y es que no solo de macarrón vive el hombre. El homo parisinus come baguette y queso con fruición y le pone salmón a todo. Esa afirmación vendría seguida de una fútil comparación entre el salmón y el pescado que con tanta devoción me preparabas. A riesgo de delatarme y parecer cursi, nada sabe tan bien como lo que cocinabas, claro está, cuando tenías el afán el complacerme. Ahora recuerdo los efectos de tu cabreadez con dulzura, aunque el Luis de hace 10 años no estaría muy de acuerdo.

Espero que el objetivo de esta carta quede claro. Ahora que eres eterna medir el tiempo no tiene sentido y por eso te recuerdo que de acuerdo al calendario gregoriano hoy estás de cumpleaños. Me doblas en edad, pero eso ya no es un problema para ti porque en la mente de los que te conocimos nunca envejecerás. Confieso que desde que te fuiste la muerte me resulta más interesante que antes y no es que quiera morirme ahora. Es su hermetismo e implacabilidad lo que me seduce. Hay muchas cosas que quiero hacer antes de irme, pero esta carta no es el medio adecuado para contártelo; así que te invito cordialmente a visitarme en sueños para contarte y reírnos juntos del montón de vivencias que tuvimos el privilegio de compartir juntos. No sobra decir que te extraño con todo mi ser.