Predigo lo que exclamaras cuando sepas el lugar del que te escribo: "¡Andas como judío errante hijo!". Y no te culpo. La última vez que te escribí vivía en la remota Dinamarca. Esa tierra plana de lúgubres inviernos y soleados veranos no me pudo haber tratado mejor. Aunque no terminé hablando danés de forma fluida como lo habríamos querido, dicha experiencia me permitió palpar la vida en uno de los países más prósperos que haya visto. Y no solo eso; me permitió echar un vistazo a otros rincones de Escandinavia y países de célebre prosperidad. Tanto me gustaron los fiordos, el "hygge" y el minimalismo del norte que he concebido un plan para el otoño de mi vida: pasar los veranos en Escandinavia y los inviernos en el sur de Europa. Y antes de que me reproches la omisión del Ecuador, te advierto que siempre volveré a él porque es y será mi lugar de origen. Si lo ponemos en tus términos diré que "aunque me raspe, siempre seré ecuatoriano". Ya ves, nunca me olvidaré de tus modismos ―aunque me raspe con piedra pómez.

Pero Dinamarca me dejó aún más que un ejemplo concreto de prosperidad. Como todos los lugares en los que he vivido, me permitió conocer personas increíbles y así extender mi red de contactos en los planos personal y profesional. A pesar de tan positivo balance, me fui y la dejé por la encantadora ―aunque menos próspera― Francia. Es que esta carrera que he escogido me ha forzado a deambular en busca de la tan preciada estabilidad laboral. Te sorprenderá saber que al igual que tú, ostento un puesto del fisco en este momento. Trabajo como investigador en Rennes, la capital de Bretaña. Sonreirás y te preguntarás "¿Cómo así escogiste Rennes?". La verdad es que ni yo mismo lo sé. Ante esta frequente interrogante suelo responder que fue Rennes quien me escogió. Tú sabes que yo quería regresar a París, pero nunca he sido una persona de planes rígidos. En estos 8 meses como residente en Rennes no tengo quejas. Y es que Bretaña es una tierra muy curiosa. ¿Creerás que hasta su propia lengua tiene? Aunque yace en alarmante agonía, todavía existen millares de personas que hablan el bretón como idioma nativo. Esta lengua céltica es todo un misterio para mi. Aunque no tengo idea cómo se escucha, su ortografía me parece muy exótica. No sé cómo decir "hola", pero sí que sé decir "pastel de mantequilla", "kouign amann" en bretón. Se trata de un delicioso pastel de preparación ignominiosa que contiene tanta mantequilla como para disuadirte de ni siquiera probarlo. Sin embargo certifico que sabe exquisito y te aseguro que lo consumo con mesura, a pesar de que "mantequilla" y "mesura" sean conceptos irreconciliables en la cocina bretona. Y antes de que puntualices mi obsesión por la comida, te hago saber que he tomado cursos de cocina en los cuales he aprendido a hacer macarrones. Para tu tranquilidad, te informo que hasta ahora no he estado al borde de un coma diabético por consumo excesivo de macarrones.

Hace unas semanas me enteré de la muerte de Bernard Fougères. Fue imposible no asociar ese evento a ti. Leíamos a Bernard, éramos sus fans (aunque lo mostráramos con discreción). La noticia me entristeció sin duda. Ahora que puedo hablar francés, comprendo cómo Bernard podía esgrimir un vocabulario tan vasto y florido. La raíz latina del español y el francés no es tan evidente en la comunicación oral cotidiana como en el lenguaje escrito. Seguramente me pedirías que te hable en francés, reaccionando con euforia ante mi mediocre pronunciación de marcado acento hispano. Recuerdo que solías ver "El Show de Bernard" y siempre remarcabas la afición de Bernard por Mafalda y la fallecida Rocío Jurado. Con Mafalda siempre noté que te identificabas. Al final de cuentas ambas son insubordinadas y críticas. Y las similitudes no terminan allí: ambas odiaban la sopa. A diferencia de ti, Mafalda no tuvo la oportunidad de crecer y adquirir el gusto por ese tipo de potajes. No obstante estimo que la dura vida que te tocó vivir de joven te enseño a apreciar el disponer de un plato de sopa. Debo confesar que mi aversión hacia la sopa al puro estilo de Mafalda ha desaparecido con el tiempo. Tal vez he madurado, o tal vez sea la nostalgia por las sopas que me preparabas la que me hace disfrutarlas.

Ya es hora de despedirme. Espero que esta carta me permita resarcirte por mi silencio en el día de la madres. Ya sabes que prefiero recordarte a mi ritmo; por eso he bloqueado el día de las madres en mi calendario mental. Lo que jamás bloquearé son los recuerdos de nuestras vivencias. Más de uno ha notado que siempre hablo de ti porque si algo evoca tu persona, no vacilo en mencionarlo. Es evidente que te extraño.