Creo que puedo imaginar tu expresión de asombro al saberme citando el título de una canción de Navidad, pues como recordarás jamás me ha caracterizado por mi fervoroso espíritu navideño. Nunca faltó quien me acusara de ser una especie de "grinch" criollo. En mi defensa debo argumentar sin embargo, que a diferencia de este célebre antihéroe, nunca opté por arruinar otra Navidad más que la mía. A pesar de mi bien ganada reputación, este año el entusiasmo navideño se coló furtivamente por medios netamente acústicos en mi cerebro. Escuchando en la radio la tan conocida canción de Mariah Carey, me llegué a preguntar qué me gustaría para esta Navidad y como de costumbre, tu preciado recuerdo emergió de entre los rincones de mi memoria. Todo lo que quiero para esta Navidad eres tú, aunque por desgracia no eres algo que el viejo "pambuso" del traje rojo me pueda traer.

En el espíritu de nuestras habituales y amenas conversaciones, seguro dirías que el niño Dios fue quien te trajo a mi memoria como regalo de Navidad. Yo, en mi afán de debatir, te respondería que es muy temprano, pues Navidad es la próxima semana y como siempre me contabas, en tu época de infancia el niño Dios procedía con puntualidad alemana. Creo que ya te he dicho lo mucho que me hubiera gustado conocerte cuando niña. Incontables veces te regodeaste al describirnos las chiquilladas de esa niña rebelde, un tanto irracional y testaruda que fuiste en el convento. Seguro asentirás en lo de rebelde más que en lo de irracional y testaruda, pero remitámonos a los hechos. Es bien sabido que cual Mafalda detestabas la sopa "con odio jarocho". Y con tal de evitar comerla, eras capaz de privarte de tu postre, pues se lo "vendías" a una de tus compañeritas a cambio de que ella se tomara tu sopa. No solo que te privabas del valor nutricional de la sopa sino que además te eximías de la parte más placentera de la comida. Que bueno que te hiciste profesora porque ¡los negocios no son lo tuyo! Seguramente me dirás que mi abominación se debe a mi característica inclinación por los dulces, porque muy probablemente fui una abeja en mi vida pasada. Te encargaste de endulzar mi vida no solo con tu mera presencia sino también con los postres que siempre me preparabas. Tu mérito es haberlo hecho a pesar de tu apatía hacia la cocina. En eso no nos parecemos, pues admito disfrutar la cocina entre amigos. Solo lamento nunca haber podido albergarte bajo mi techo y cocinar para ti.

Aunque encabeces mi lista de deseos para esta Navidad, debo confesar que no me eximiré de regalos. Mi viaje a Israel es uno de los mejores regalos de Navidad que haya recibido (ojo que ni el infante ni el viejo pambuso tienen algo que ver). Es especial no solo por el valor cultural e histórico de mi destino, sino por los amigos con quienes me encontraré. Concordarás conmigo, ya que me enseñaste con ejemplos a valorar la amistad. Fui testigo de cuanto quisiste a tus íntimas amigas y de la devoción con la que ellas te acompañaron en tus frecuentes recaídas hasta el final. Tu enfermedad fue un largo y duro camino, matizado por el miedo, la incertidumbre y constantes ingresos al hospital. No obstante, tenías la capacidad de tornar una penosa circunstancia en un momento jocoso y sabes a lo que me refiero. Entre risas y con el más adorable cinismo me contaste la anécdota en la que le insistías a los doctores sobre un error en el registro de tu ingreso al hospital. Te habían instalado una sonda gástrica para que eliminarás gases pero al parecer las enfermeras creían que la sonda cumplía la función de alimentarte. Dicho error supuso que no recibirías comida. Por más que insististe en que tenías hambre, no pudiste acceder a la colación del hospital, por lo que decidiste sacarte la sonda a escondidas con la ayuda de un cómplice. Cuando la enfermera te preguntó sobre la sonda, no tuviste reparo en alegar que se te había salido espontáneamente. ¡Daría lo que fuera por ver la expresión de incredulidad de esa enfermera!

Aunque nunca le escribí una carta al niño Dios, estoy seguro que ni la redacción de la carta ni los regalos que hubiera podido recibir me habrían dado tanto placer como escribirte esta carta. Éste es tu regalo de Navidad para mi y te agradezco desde el fondo de mi corazón. Te advierto, sin embargo, que no por haberte tenido un desliz navideño este año me verás cantado villancicos en los años venideros.