No creas que me he olvidado de ti. Lo que pasa es que la inspiración (aun cuando ésta sea cuestionable) es caprichosa e irrumpe en mi pensamiento en los momentos más insólitos y de las maneras más originales. Ordenando el reducido cuarto de baño de mi flamante apartamento, me encontré con un desinfectante para sanitarios cuyo envase semeja la figura de un pato. Mi errante memoria asociativa lo relacionó de inmediato con un producto de limpieza que anunciaban en la televisión hace algún tiempo: Pato Tanque. De manera casi instintiva apliqué tu divertida fórmula de juegos conceptuales, la cual convertió "Pato Tanque" en "Gallo Balde". Dicho episodio me arrancó una espontánea y genuina sonrisa. De inmediato y como en una reacción en cadena, vino a mi mente "El joven manos de tijera", quien gracias a tu sentido del humor se convirtió en "La vieja patas de alicate", frase con la que no solo sonreí, sino que reí a carcajadas. Creo que con esto me has alegrado toda la semana. Eres una maestra.


Ya son 4 años desde que tuviste que dejarnos. Mientras el país que me acoge celebraba sus fiestas patrias, algunos de los que te conocieron y amaron no pudieron evitar rememorar tu existencia. Yo, "cabeza de pollo" me mantuve absorbido por mis asuntos y no fue hasta tarde aquel día, que recordé ese fatídico aniversario. Sentí una pizca de vergüenza por haberlo olvidado, sobretodo porque creo que quienes estuvieron junto a tu lecho las últimas horas no pueden gozar de ese privilegio. Digo privilegio, porque he tenido la dicha de recordarte casi siempre alegre y no enferma. A menudo vienes a mí ocurrida y diáfana, arracándome, en vez de lágrimas, sonrisas en los momentos más inesperados.

Después de la vieja patas de alicate, no hubo forma de sacarte de mi cabeza. Fui al supermercado y mientras decidía el sabor de mermelada que endulzaría mis próximos desayunos, me tropecé con el tipo de aleaciones frutales que te gustaban. Con afecto recordé nuestros acalorados debates y mis reproches sobre tu hábito de improvisar mezclas de frutas en los batidos. - Guayaba y tomate de árbol no combinan. Quiero sentir el sabor de una sola de las frutas - te recriminé más de una vez. Siempre te importó un bledo mi reclamo. Alegabas que solo tenías una guayaba muy madura y que no querías desperdiciarla. Ahora te entiendo. No eres la primera persona que habiendo experimentado el suplicio del hambre, desarrolla ese sentido de austeridad. Frente a ese frasco de mermelada de quien sabe cuántos sabores, comencé a reírme sin razón aparente; al menos eso debe haberles parecido a los compradores que estaban a mi alrededor.

La carta de hoy es corta, pero espero que el mensaje sea claro. Nuestras anécdotas se mantienen incólumes en mi mente y cual explosivo solo necesitan de un detonante para revivir esos momentos jocosos que me regalaste. Me alegraste y me sigues alegrando la vida.