Supongo que así trabaja la memoria, de forma asociativa, me refiero. Mucho se ha escrito sobre la muerte del afamado Chespirito en estos días. Y es que tú y yo siempre hemos sido fanáticos del característico humor del Chavo del 8 y del Chapulín Colorado. He llegado a la conclusión de que te gustaba tanto por su fórmula de juegos idiomáticos; pues cuando del castellano se trataba eras medio geek. Aún me parece ver el placer en tu rostro cuando el profesor Jirafales trata de explicarle a la Chilindrina y al Chavo, cómo pronunciar la palabra veterinario. Entusiasmado, el profesor Jirafales sugiere repetir la palabra por partes:
-A ver Chavo, "vete".
-Váyase- responde el cándido niño aduciendo de inmediato que le es imposible tutear al profesor. Ante la insistencia de la Chilindrina, el mortificado profesor decide repetir la iniciativa:
-A ver Chilindrina, "vete".
-Láaaarrgate- sentencia la ladina Chilindrina, a lo que tú reaccionarías con una carcajada.


Puede ser alarmante para algunos, notar que he memorizado algunos de los diálogos sin querer queriendo. Probablemente no para ti, pues seguro estás en las mismas. Sé cuánto te gustaban ese tipo de bromas y cuánto criticabas a nuestros humoristas ecuatorianos por solo recurrir a alusiones sexuales para hacer comedia. La escena del veterinario entre otras muchas matizaron recurrentemente nuestras tardes por muchos años. Saber que el creador de tan geniales libretos ya no existe, me ha apenado mucho. Aunque descalabrarle los cachetes al prójimo y agarrar a coscorrones a un infante son acciones debatibles por consolidar la violencia y el abuso infantil como una práctica natural, no me veo rompiéndoles todo lo que se llama cara a mis hijos solo por haberlo visto en la televisión cuando niño.

La víspera de Navidad y Año Nuevo como todos los aspectos de la vida para mi, también tienen tu firma y sello. No puedo olvidar tus posturas en torno a la Navidad. -Decorar la casa en noviembre me parece adefecioso- sentenciabas implacable. Por eso siempre decorabas la casa a mediados de diciembre. Aún puedo verte instalando el tradicional nacimiento o pesebre navideño, símbolo inconfundible de la Navidad en nuestro país; un poco olvidado en estas foreánas latitudes en las que he decidido vivir. Recuerdo también que tu nacimiento tenía una peculiaridad. En lo que a mi concierne, los evangelios jamás mencionan la presencia de dinosaurios en el Belén del siglo I. A pesar de eso, tu pesebre no vacilaba en ilustrar, lo que yo identifiqué como un estegosaurio, en compañía de vacas, burros y perros; un anacronismo que ahora te dispenso pero que fue motivo de continuo debate, no solo por la incosistencia histórica, sino también porque el pequeño dinosaurio de juguete era mío. Aunque de vez en cuando te ayudé gustoso con la decoración navideña, cierto es que el mensaje de la Navidad nunca ha calado en mi. No es de extrañarse, pues como cualquiera que no profesa la fe cristiana, la época navideña siempre ha sido el mero preludio de un día libre. La economía repunta y la gente tiende a comer en exceso. A pesar de eso, debo admitir que la imagen del pesebre, el árbol, las luces y los villancicos serán siempre para mi un sinónimo del regocijo familiar que vivimos bajo tu tutela. No está de más decir que siempre nos gustó reunirnos con nuestros amados parientes. En eso hay que darle crédito a la señora Navidad.

Concordarás conmigo en que las fiestas de diciembre giran en torno a la comida. ¿Me creerás si te digo que los supermercados parisinos también me recuerdan a ti? Resulta que por estas latitudes el panettone, el pandoro y los brioches de Noël son muy populares en esta época. Son ni más ni menos que los primos hermanos europeos de nuestro pan de pascua, bocadillo que te volvía loca. Difícil tarea era llevar la cuenta del número de panes de pascua que devorabas en cada víspera de Navidad, tan ardua que siempre renunciábamos. Evoco con cariño tu ritual de comer pan de pascua con chocolate caliente horas antes de la cena, y así no pasar la Nochebuena con panza de farol. Recuerdo también tu recelo hacia los juegos pirotécnicos por aquella anécdota en la que te quemaste la espalda con un diablillo. ¿Te acuerdas el episodio del pavo de 101 mil sucres? Sin lugar a dudas uno de mis favoritos, empieza cuando mi papá te dio 100 mil sucres para una de las fiestas (perdóname pero olvidé si fue Navidad o Fin de Año) ya que la familia comería en nuestra casa. Después de una exhaustiva búsqueda de último minuto, solo pudimos encontrar un gigantesco pavo que costó 101 mil sucres forzándonos a ti, a pagar de tu peculio el resto de los ingrendientes y a mi, a arrastrar con resignación un pavo de quien sabe cuantas libras. Te enorgullecerá saber que una vez preparé un pavo en Navidad inspirado en tu receta y no solo que no lo arruiné, sino que fue también motivo de elogio entre mis comensales.

Las historias de tu estancia en el convento también han aflorado entre mis memorias. Innumerables veces nos describiste extasiada la magia de la Navidad a través de los ojos de esa niña, a quien me habría encantado conocer, pues la mujer era fantástica. Y es que en aquellos tiempos era el niño Jesús quien dejaba los regalos y no el viejo obeso del traje rojo quien, admítelo, nunca te convenció. Muy probablemente haber crecido en un convento explica tu latente afición por la Navidad, muy a pesar de tus continuas protestas sobre la frivolidad de las fiestas de hoy en día. De un acalorado debate geek, concluí que cada individuo se define como la combinación entre el cóctel de genes que le es otorgado al nacer y su memoria, osea la vida que le ha tocado vivir. Estoy en deuda con ese convento, porque de no haber ido allí habrías sido otra.

Creo que es suficiente por hoy. Mi limitada y cuestionable inspiración me obligan a dejarte. Pasaré la Navidad en la Ciudad Luz y tú serás mi fantasma de las navidades pasadas. Comeré pan de pascua con chocolate caliente y le pediré, a quien sea que esté a cargo de los regalos de Navidad, que me traiga más sueños contigo. El 2015 sumará un año más sin la dicha de tu presencia pero será una nueva oportunidad para urgar en mi mente y desempolvar esos recuerdos que forman parte de mi acervo personal. ¡Felices fiestas mamita!