Nunca me permitiste emplear la versión familiar de la segunda personal del singular probablemente por mera tradición, pero hoy a riesgo de lucir irreverente, he decidido hacerlo porque te siento más cercana que nunca. Recuerdo tu obsesión por la lengua castellana y ¿sabes qué?, es medio contagiosa porque yo también me alerto inconscientemente cuando alguien hace un uso indebido del idioma. Hubieron muchos cosas que hubiera querido decirte.... y allí venía la parte en la que decías: Hubo muchas cosas que habría querido decirte... Pero tu obsesión por el idioma se manifestaba de otras formas. Tus hábitos de lectura rayaban en el vicio al igual que tu obsesión por el cine. Siempre admiré esa habilidad de reconocer películas tan solo con ver una escena, incluso si solo habías leído sobre la película. La crítica cinematográfica te apasionaba y eras una especie de enciclopedia. Ahora le dejas al mundo un aficionado al cine y dos a la letras. No heredé la sensibilidad para la poesía, pero escribir en prosa me relaja mucho. Aquellos recuerdos que antaño catalogué como tiranía de tu parte han forjado mi destino y quien soy ahora y estoy seguro que es el sentir del sinnúmero de estudiantes que pasaron por tus manos. Si alguno de ellos está leyendo este texto seguramente se sentirá identificado.

Recuerdo que discutíamos mucho sobre música. Treinta y un años de diferencia hacen que lo que antes era romántico, ahora parezca cursi y letárgico. Alguna vez me dijiste que yo era víctima de las corrientes comerciales de la música y yo con el mayor cinismo del mundo lo admití. Deplorabas a Shakira porque jamás le perdonaste su pronunciado vibrato y Juanes simplemente cantaba horrendo. Recuerdo la fruición con que escuchabas a Javier Solís y lo mucho que te gustaba El Puma. Presas de un infantil orgullo era nuestro deber criticar ingeniosamente tus gustos musicales y tu renuencia a renovar tu reportorio musical, pero tú siempre ganas y aunque no he dejado mi gusto por la música actual, he logrado refinar un tanto mi sentido crítico.

Eras apasionada. Cualquier extranjero que se topara contigo, tenía que calarse tu típico mamotreto de alabanzas a Guayaquil. Resultado: mi gusto por la ciudad se mantiene intacto, y a pesar de tener que compararla con las ciudades europeas, sus defectos son simplemente invisibles a mis ojos. Decías que nunca te irías a vivir a la sierra ecuatoriana por el frío y por hábito yo acotaba que eras joven e ingenua porque nunca habías experimentado un invierno a -10°C. Planeaste visitarme este año, pero tu enfermedad te derrotó. Mientras yo lanzaba una moneda en la fuente de Trevi deseando que pudiéramos visitarla juntos, ella gestaba el golpe final.

Recuerdo como insultabas a los políticos por la televisión. Reí a mandíbula batiente como consencuencia de tus ingeniosas diatribas. Hiciste a todos los presidentes desde el loco Abdalá hasta el irritable Correa blanco de tus críticas. Te fustigué porque siempre anulabas el voto. Supongo que sabías lo que yo siempre he sospechado y temido: que la situación del Ecuador no cambiará hasta que un fuerte golpe nos obligue a desterrar esa cultura de corrupción, falta de visión y desunión. Sostuviste que la a veces ensalzada "viveza criolla" era uno de los cánceres de nuestra cultura. Te doy un +1 aunque nunca pude explicarte qué significa.

A pesar de eso, siempre estuviste presta a alabar las virtudes de la cultura ecuatoriana: calidez, apertura y solidaridad. Te cuento que he sido objeto y testigo de ellas aunque ya no alcanzaste a verlo. ¡Y qué decir de nuestra gastronomía! Jamás disfrutaste la cocina gourmet tanto como la críolla. Si un almuerzo no llevaba arroz, entonces no era almuerzo. Yo te decía que eras "chola", tú me tachabas de "pico fino".

Al igual que todos en casa, no creías en las doctrinas propuestas por las religiones convencionales. Coincidimos en que la fe es un recurso que el ser humano inventó para no sentirse desamparado, para sobrellevar la inherente incertidumbre de una repentina existencia y de su inexorable efimeridad. Tu obsesión por la lectura te llevó a cuestionar, a razonar, a meditar, pero sin dejar a un lado la humildad porque fuiste consciente de la fragilidad e insignifancia del ser humano. Tuviste muchas fallas como todos, pero respetaste como es debido el pensamiento ajeno y valoraste mucho la lealtad y la gratitud. Los que no gozamos del privilegio de la fe, tenemos la tarea de encontrar otros motores de motivación. Con mucha humildad afirmo que desconozco si nos volveremos a ver y a pesar de que la idea me fascinaría, me consuela que tu legado esté latente en esos pequeños grandes detalles. Solo te pido un último favor mamita: no dejes de visitarme en sueños.